miércoles, 8 de octubre de 2014

Bienvenida a Moorea

Una pequeña isla de 60 kilómetros de caminos, lo sabemos muy bien, porque peinamos la zona en bicicleta. Partiendo de Haapiti, paralelo al mar, hasta llegar a la Bahía Cook que penetra profundamente el valle, llegando casi hasta centro de la isla. Fue ahí que nos adentramos en el valle y poco a poco, pedaleando con todo cerro arriba llegamos a la zona agrícola. Rodeados por cultivos, pequeñas fincas, vacas y toros, granjas de crustáceos, una pequeña franja escondida de Moorea.  En está aventura me acompaña Jeff soul surfer aspirante al trono de cocotero de Bocas del Toro y fotógrafo de todas la fotos de esta edición.


Tranquilo atardecer en Moorea                        Foto: J.Ward

Vaa'a: La canoa típica de polynesia                 Foto: J.Ward

La ola de Haapiti: happy iti! 

La ola de Haapiti, de aguas no tan superficiales, es temperamental: a veces sí a veces no. Se ve muy afectada por la dirección del swell y del viento. Me dejó algunas buenas olas y unos buenos sustos también, aguanta buen tamaño diría yo unos cuatro metros. Yo pensaba que todas la olas de reef eran iguales, pero no, cada una tiene  personalidad. 

Haapiti desde lo alto             Foto: J. Ward 


                    La izquierda de Haapiti grande                   Foto: J.Ward
Larry en ola!                    Foto: J. Ward

                           Llegando a la sección del inside               Foto: J. Ward























                              Haapiti grande                         Foto: J. Ward  


La olla de Haapiti : Withe thorn de pesca artesanal con salsa de Pompolmouse

Esta receta nació cerca de Haapiti en nuestras primeras semanas por la zona. Jeff cayó  con la fiebre zika (similar al dengue); yo pedaleaba por toda la isla buscando los choclos frescos, ingrediente fundamental para los tamalitos verdes, que como todos sabemos, son el mejor remedio para todos los males. En una esas caminatas cotidianas a la montaña encontré unas carambolas en la trocha, y caí en la cuenta de que si alguien no las recogía se pudrirían ahí. Decidí dejar los tamalitos para otra ocasión y cocinar con productos locales de la isla, mejor aún del monte.

             Entre las montañas: la zona agrícola de Moorea          Foto: J. Ward




La zona ganadera de Moorea               Foto: J. Ward

Ingredientes

El pompolmouse es la toronja o grape fruit que crece en polynesia. A diferencia de la toronja común, este cultivar del pacífico es un gigante sorprendentemente dulce,  lo digo porque a simple vista parece estar verde, pero créanme es solo de pinta.  Con uno basta, porque como todo por acá son enormes. 

1 cebolla blanca en cuadritos
dos filetes de Atún blanco o White Thorn de captura local y artesanal
jugo de un pompolmpuse
carambola (Starfruit)
un cucharadita de pasta de rocoto
un chorrito de Vino blanco seco
dos hojas de pompolmuse verdes y tiernas

Guarnición

3 papas blancas peladas
1 lechuga de seda
media cebolla blanca cortada en juliana fina
3 ramas de perejil 
chorrito de crema de leche
un diente de ajo chancado

Empezar por la guarnición: 

Hervir las papas peladas y cortadas en cubos medianos. Con un diente de ajo chancado. Cuando estén empezando a desbaratarse las papas, agregar las cebolla blanca cortada en gajos y dejar cocinar tapado a fuego bajo. Cuando las cebollas ya estén blandas suavecitas, agregar las ramas de perejil picadas y finalmente la lechuga picada en tiras lo mas finas posibles y revolver y retirar del fuego. Antes de servir agregar un chorrito de crema de leche y calentar. 

Cortar el pescado en medallones y sazonarlo con un poco de sal, unas gotas del jugo de 
pompolmuose  y una pisca de pimienta blanca. Sellarlo en una sartén y mantener en un lugar caliente. 

Caramelizar las cebollas, cuando estén suaves y deliciosas, desglacear con un chorlito de vino blanco, cuando esté se haya evaporado agregar el jugo del pompolmouse y una de las hojas picadas pequeñitas. Cocinar algunos minutos hasta que agarre cuerpo. 

Para servir, acomodar las cebollas acarameladas, luego encima el pescado, la carambola cortada en finas tajadas y las hojas de pompolmouse, y la salsa. La cucharatida de pasta de rocoto, la utilizamos para decorar plato, pues le cae a pelo a tanto dulzura un puntito de picante. 


Foto: J. Ward

El atún del pacífico

Vez cosas lindas cuando viajas, en eso centro mi atención es lo que me gusta compartir, que para pesimistas ya tenemos los noticieros y los periódicos. Pero hay cosas que siendo tristes, me siento responsable difundir ahora que conozco más el mar, hace unos pocos años había escuchado de ellas, pero entonces no me las imaginaba tan nocivas.

Volviendo el tiempo atrás unos cuantos meses, cruzando el Pacífico, un helicóptero nos rodea. No hemos visto a nadie desde que partimos de las costas de California hace 10 días, intercambiamos con ellos miradas curiosas y gestos de saludo, para luego seguir nuestro curso. Me quedo pensando qué hacen estos en medio de la nada volando en helicóptero. Luego me percato de que por el  momento, la nada, no es nada: tiene vida, y es tras esta que andan por acá, en especial por la atún del pacifico. Forman parte de la tripulación de uno de las tantas mega embarcaciones pesqueras que operan en este basto mas no infinito océano.   

Es una pesca desigual la que se lleva a cabo, y no lo digo solo como canto de sirena amante del mar, sino como cocinera y marinera amante del ceviche, tiradito, tataki; en general de los pescados y los mariscos en mi plato. 

Las que la "cantan" son aves marinas, sin tener la mas mínima idea. Ellas vuelan sobre las escuelas de pescados en busca un bocadito para aplacar el hambre. Los helicópteros del equipo sobrevuelan el área, y cuando avistan a una manada van a confirmar que se trate de una escuela, sólo entonces la embarcación dirige su curso hacia las coordenadas y echa redes. Redes que pueden llegar a ser tan largas como 100 kilómetros, y que por supuesto capturan enterita la escuela de atún y todos los otros animales que me conviven con ella. De esta manera, no dan chance a que algunos escapen y se reproduzcan. Rompiendo así familias, sociedades, cuyos apellidos no perdurarán; variabilidad genética que se pierde para siempre. Recordemos que si bien todos son atunes a nuestros ojos, cada uno tiene potencialidades de adaptación y supervivencia, que pueden ser únicas, estas fueron generadas por la madre naturaleza y sus complejas telarañas.

Esté tipo de pesca es relativamente nueva, tiene cerca de 20 años, y viéndolos con ojos de tontos, es demasiado eficaz. Tomando la definición que se utiliza para estudiar sistemas, el input que se le pone a la embarcación y el output en este caso la pesca obtenida, muy eficaz; pero donde queda en esta visión intencionalmente virada, la pesca del mañana, el uso eficiente de nuestros recursos. Pues con tanta eficacia y helicópteros y modernidad pesquera, quedan fuera del mapa. Los recursos marinos serian cada vez más escasos; cada vez tendrían mayor precio, un beneficio para algunos; claro y para el resto, no hay pescao! y para el pescado, a nadie le importa el pescado solo que en su mesa a un precio accesible hoy; y mañana, bueno ya se verá.  

Crecí. Ya no me siento triste aniquilando un Perico, que capture en un pequeño velero con una caña de pescar o el Wahoo casi de mi tamaño que cayo en Kaimana, ni el pulpo que cazé utilizando un remo en la orilla de una playa en Faaite; ahora me sentiría triste tras abrir una lata de atún, creyéndome saludable, mientras que consumo la destrucción de nuestro océano.  

Minimega Domani y la fábrica de cocos 

Mientras tanto acá en Moorea la recolección de cocos está a la orden del día. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo, y quien mejor que nosotros que pasamos los días anclados en Haapiti esperando el regreso del swell o para la ventana para zarpar a Huahine. 

Larry, un fugitivo, de origen sudafricano y crianza caribeña, nos ha invitado a quedarnos en su velero, así que acá estamos a bordo de SY Domani disfrutando de la vida simple. Sentados en la cubierta, vemos pasar los cocos a la deriva, mar adentro o mar afuera. Si tenemos suerte solo vasta saltar y nadar unos pocos metros, y victoriosos volver al velero coco en mano. Cuando vamos a explorar en el zodiac también nos cruzamos con otros cocos flotantes  y detenemos el motor para recogerlo. Hoy pusimos más pro, porque avistamos una gran aglomeración a cien metros de Domani en el banco de arena. Jeff quien tiene gran expertise en cocos, comprueba que se encuentren en buen estado y yo, según sus indicaciones, paso nadando y recogiendo el motín en una net. En menos de media hora hemos regresamos con nada menos que 7 cocos. Esta es la parte fácil, recién comienza la canción, ahora toca procesarlos. 

Primero lo primero: llegar a la nuez. Eso lo hacen los chicos no con machete ni hacha sino con el ancla del ozdiac, la manera local de hacerlo. Los lugareños nos enseñaron, pelan un coco en menos de un minuto! 

En Polynesia se tiene una herramienta para facilitar la extracción de leche de coco, que es tan utilizada en las en la comida tradicional tahitiana. Volviendo a la herramienta, es una tabla de madera con un extremo angosto -de unos 6 centímetros será- sobre éste tiene atornillada una especie de espuela, como un disco que como circunferencia tiene un borde aserrado y afilado, ligeramente inclinado hacia un plano, el que colocaremos hacia arriba.  Una se sienta en cualquier roca plana y empieza a sobar el coco abierto sobre la espuela, parece mentira que fácil es rayar el coco de esta manera. Luego a una gasa a cocina y a exprimir con fuerza. Es la primera vez que me pongo a hacer leche de coco, y creo que a sido también mi despedida oficial de la leche de coco en lata. En cuarenta minutitos puedes tener 3 o 4 tazas según que tan lechosos estén los cocos. 

Luego con las cáscaras del coco se pueden hacer muchas otras maravillas, como platos, tazas, macetitas para hierbitas, juguetes para los niños, instrumentos de pesca, zapatos; la verdad, hablo hipotéticamente pues hasta ahora hemos tirado sólo ideas al viento, estamos tan encanados con las bondades de la leche y el agua e coco, que su extracción ha ocupado todo nuestro tiempo libre. Así nuestra  vida en Moorea últimamente gira en torno a la recolección de cocos; por deporte, consumo y amor al arte.  


Foto: J. Ward



Foto: J.Ward





Foto: J. Ward


Pana Cotta de leche de coco con Pompolmouse

ingredientes

2 tazas de leche de coco
un cuarto de taza de azucar impalpable, o menos (lo mejor es ir probando)
2 y media láminas de gelatina sin sabor
una vaina de vainilla
una pisca de canela
un pompolmouse

En una ollita hervir por un minuto la leche de coco, agregar la vainilla y dejar infusionar por unos diez minutos. Luego agregar el azúcar, y la gelatina hidratada previamente y volver a hervir por 30 segundos. Si dejamos hervir mucho tiempo, la leche de coco se adquirira una consistencia poco apetecible. Luego llevar a los moldecitos donde se vaya a servir y una vez que enfrió al refrigerador por 8 horas mínimo. Para desmoldar vamos a remojarlos en agua hirviendo por 30 segundos o hasta que notemos que estén sueltitos. Servir con el Pompolmouse al rededor, el contraste de cremoso y dulce con el cítrico queda muy bien en este postre que nació despidiendo esta aventura Moorea. 

  

Foto: J. Ward

Foto: J .Ward



Foto: J. Ward
Foto: J.Ward




jueves, 21 de agosto de 2014

Partimos hacia el archipiélago de Tuamotus: Mauururu

Cambiar de latitud fue lo que más me gustó, no hay que cambiar el reloj, no tenemos nada más que hacer, que observar como cambia paulatinamente la hora de la aurora y del ocaso. Somos de nuevo meros testigos. Así como correr olas, navegar, sirve para afinar los sentidos. Cosas que antes me tenían sin cuidado, como la forma de las nubes, son lo primero que salta a mis ojos al salir a la cubierta, el cambio en la fuerza y dirección del viento; y de noche, claro, las grandiosas estrellas. 

En cinco días llegaremos al archipiélago de Tuamotus, recuerdo la primera vez que lo vi en el mapa. Estaba con Jeff, viendo en Google Earth, y aparecieron ante mis ojos estas islas, ni siquiera islas; estos anillos íslicos diría yo, inimaginados hasta entonces. Me reí, parecían de broma, luego que confirme su existencia; pensé que un día quería ir ahí. Un deseo muy pasivo, como de estrella fugaz; como cuando deseas poder teletransportarte o volar.   


Mauruuru: una isla al revés

Parecía dejar un océano para entrar a otro, más pequeño. El dibujo de un niño. Les llaman atolones, son lo contrario que islas. Mar rodeado por tierra y ésta, a su vez, rodeada por mar. Una franja aproximadamente 300 metros de ancho que forma un anillo imperfecto, en medio del Océano Pacífico. En Mauruuru, existe sólo un paso que siempre comunica la “laguna” con el mar abierto. 




Llegando a Faaite de Nuku Hiva




Unos días anclados en el paso, y notamos algo curioso, el agua siempre fluye desde adentro del atolón hacia afuera. Nosotros pensábamos que los cambios de marea, determinarían si el agua sale o entra a la laguna, pero no es así. El agua entra por los tramos donde el atolón es más estrecho al sur del mismo, ahí se forman pequeños y eventuales pasos naturales, que usamos los tiburones pequeños, los pescados y yo a kayak. Según me comentan los locales, estos pasos naturales, solo existen cuando el swell es pronunciado y viene del sur, ya que en el norte el atolón es muy ancho: de casi un kilometro! 
Cuando no hay swell, el flujo de agua por el paso es casi nulo. Se vuelve la laguna como dentro de una burbuja. Suena trillado, pero el cielo se mezclaba con el mar de una manera que yo nunca antes vi. Una armonía de colores pasteles que, a primera impresión inmóvil, va virando lentamente de naranja al transparente, pasando por turquesa.  Desde la sobriedad más pura, hacen sentir en otra dimensión. En  Mauruuru, olvidaba mencionar, el comercio de alcohol está prohibido por ley. 



Paso de Faaite, Foto: M. Mahoney 



Los dos primeros días, sin swell, he pasado en el mar buceando cerca de dos horas, y he visto 9 tiburones. Pequeños todos, el más grande era una cabeza menos que yo y siempre con su remura de escolta. Se acercaban, yo psicosiada con el tiririritiririri de Spielberg; y Melissa, mi compañera de Kaimana, persigiéndolos para mostrarme que son ellos los que tienen miedo de nosotras. Dejavú. Sé que son curiosos no agresivos, tienen suficientes peces para alimentarse y eso, pero tiburón es tiburón y, por más que sean pequeñitos, ese avanzar de depredadores con  el que andan, es atemorizante.



Tiburón de arrecife. Foto: M. Mahoney












Afuera del Atolón, Faaite. Foto: M. Mahoney
Llegaron las olas y la espera valió la pena, son perfectas, prolijas, tubulares. Izquierdas, rompen bastante cerca del arrecife, una tras otra de diferentes tamaños, uniformes en su perfección.  Los locales se pasean, cogen una tras otra; yo impresionada y aún un poco temerosa, miro como cada  una termina una más cerca del reef que la anterior. El drop es rápido y de esas olas que conforme van reventando aumentan su tamaño, y van manifestando su fuerza en una explosión, en pocos metros, al menos que seas local y amigo del reef. 

Una perfecta ola de una pequeña isla, de un estrecho pasaje; no confundir con pequeña ola; de lo bueno poco le viene como anillo al dedo a esta olas. Pienso que 7 surfistas en esta ola, serían ya demasiados, por suerte en Mauururu, solo viven tres.  



Foto: M. Mahoney




Foto: M. Mahoney

                                                                                       Foto: M.Mahoney



                                                                                                                                                                       Foto:M.Mahoney


Local al límite. Foto:M.Mahoney






 La caza del pulpo 

Hoy rodeando el pueblo con el kayak, familiarizandome con los corales que rodean la villa, buscando canales, un sitio tranquilo para estar; he dado con una playita de arena. Una treintena de cocoteros en la orilla, la hacen aun más apetecible. Varo el kayak en la arena, ningún coco se ve fácil de alcanzar, me quedo disfrutando de la sombra y de la hermosa vista. Estoy sumida en mis pensamientos y empezando a caer dormida a todo el estilo San Martín, cuando de pronto, un visitante llama mi atención, y me trae de regreso. Ha venido a mi, en un tumbito un pulpo curioso y desafortunado: púlpito al olivo. En esté mar tan cristalino que sentada a unos  cinco metros de la orilla, su andar fluido de pulpo lo ha delatado. Con muy poca fé, como quien quema su único cartucho, he colocado el remo del kayak en su curso y  sorpresivamente ha caído en la trampa. Se ha prendido del remo y lo he sacado del agua - bastante nerviosos los dos. Hemos librado una batalla en la orilla, él trataba de escapar y volver al mar, yo volver el tiempo atrás y no meterme en su camino. Pero a lo hecho pecho, mientras le doy vueltas como un anticucho, pienso: y ahora qué?!. De entre los cocos he visto venir a un hombre grande y sonriente, que al parecer observó toda la escena. Me ha ofrecido un coco, y se encargo del trabajo sucio. 


Vuelvo a barco feliz, con el almuerzo recién capturado. Así la receta que comparto en esta aventura, es como lavar y hervir un pulpo.



La playita del pulpo









Para hervir el pulpo
1 pulpo de 1 Kg mínimo (si es más pequeño, es muy muy malo) 
1 nabo
1 tomate
1 mano de arroz blanco
 2 bolsitas de té verde
un chorrito de sillao
granos a pimienta negra entera
mucha sal
un colador de plástico o arena y una roca

El lugareño que me ayudo a matar al pulpo se llamaba Mihano, y no solo me ha ayudado sino me ha enseñado la manera local de lavar el pulpo, y es que así va la vida acá en Faaite, no existe aquel apuro psicológico y patológico, que mucho nos afecta en las ciudades grandes. 

 Una vez que el pulpo esta bien muerto, nos sentamos y lo “arenamos”, como si fuéramos a apanarlo, pero con la arena de la playa. Buscamos una piedra que quepa cómodamente en nuestra mano diestra, y procederemos a frotar la piedra sobre el pulpo arenado, de tal manera la baba del pulpo se va despegando. Eventualmente sumergimos el pulpo en el mar, le damos una nueva “arenada” y a seguir frotando, hasta que al pasar nuestros dedos por la superficie, se sienta liso y la mucosidad haya desaparecido. Así limpan el Pulpo en Tuamotus 


Si no tenemos la suerte de estar en la playa, sino en una cocina. Vamos a simular esta situación, con la ayuda de un poco de sal y un colador de plástico. Echarle bastante sal al pulpo, y a restregarlo contra el colador, como si estuviéramos lavando una media sucia, pero bien sucia. Al igual que en el método anterior, vamos a ir viendo como en la superficie del pulpo se forma una espuma, que es la baba desapareciendo. Luego lo vamos a enjuagar y verificar que al pasar nuestra mano este liso y no mocoso. Si estuviera aún mocoso, un poco más de sal y de nuevo al colador a restregarlo. 

En una olla muy grande vamos a poner 9 litros agua, junto con todos los ingredientes salvo el pulpo. Llevamos a hervir a fuego alto, fuero alto de verdad, debe verse como el caldero de una bruja. 

Al pulpo, que ya hemos retirado la mucosidad, vamos a retirarle todos los órganos que se encuentran en la cabeza, sin olvidarse que en la boca tiene un piquito, con apariencia de choro, que ser debe remover ejerciendo un poco de presión. Vamos a asustarlo cinco veces, es decir, sumergirlo tres veces en el agua hirviendo, cogiéndolo de la cabeza.  Luego de cada zambullida, y acá recomiendo utilizar un guante para no quemarse la mano, vamos a tomarlo de el extremo de los tentáculos y estirarlo. Luego de la quinta vez, lo soltamos en el agua hirviendo, que tiene que estar burbujeante de caliente, y sin bajarle el fuego, lo dejamos por 40 minutos. Pasado ese tiempo, verificamos con un cuchillo que este suave, y dejamos enfriar en el agua de la olla, con paciencia.    


En el pueblo, no hay "mucho para hacer", así que hay hacer algo al respecto. El point es la magasin Mohana, la casa de mi amiga Tiarere, talentosa bailarina y coreógrafa.  
Luego de visitar algunas veces, y conocer las chicas, me invitan a bailar con ellas: quieren que forme parte de la comparsa para el Heiva que se llevará a cabo el próximo sábado. Las danzas tahitianas son difíciles, pero ellas disciplinadas, se reúnen todos los días, incluso dos veces al día a practicar; yo que no lo soy  tanto, me uno cuando no hay olas. Mi falta de constancia  pero sobretodo de talento para el baile, impiden que participe propiamente en la comparsa.  Igual me integro y formó parte del grupo, hacemos con palmeras y flores unos lindísimos atuendos para la noche de la presentación. Continuo tratando de coger el swing tahitiano sin mucho éxito. Llega el día de la contienda, los tres grupos que participan son buenos, y felices. El mío más porque obtiene el primer lugar. Para celebrar nos el domingo, hacemos un pequeña fogata en la playita, bailamos, cantamos y tomamos "Como puaca", cerveza de coco, que se comercializa por lo bajo. Volvemos a nuestras casas a las 4 de la mañana, el tiempo voló.  




Momentos de ermitaña

 La naturaleza virgen que reinaba en Mauruuru ha sido violentada por una plaga, que no descansa; oigo sus murmullos en todas las esquinas, en los momentos mas inesperados e inoportunos. El regatón ha llegado a Mauururu, y lo que es más grave, a todos les encanta. Lo que me pareció gracioso, bonito y hasta familiar en Marquesas; acá es una pesadilla. Empieza en la mañana y no para hasta tarde en la noche. Ahora estoy en el palmar, vine acá a escribir, ahuyentada por el incesante bum bum st st de Daddy Yankee y compañía. Sentada sobre un pseudotronco; bajo la sombra de una palmera, la misma palmera me resguardaba cuando divisé el pulpo, pienso si la globalización es desarrollo o castigo divino, en cada esquina un bum bum distinto. Lo irónico es que la música local es hermosa y alegre, música de verdad, hecha con madera y cuerdas; pero la escuché más en las personas mayores. 


 Así como llegue tres semanas luego, pero de prisa me fuí de Mauruuru, sin pensarlo mucho, dejando atrás este hermoso lugar, a mis amigas Tiarere y Patricia, con quienes hicimos una linda amistad, sin muchas palabras, pero con mucho cariño. Aún soñado con coconut crab.



















sábado, 9 de agosto de 2014

Marquesas: vida simple au poisson cru


Marquesas es uno de esos lugares donde las cosas hay que simplificarlas al máximo, lo saben bien los lugareños; luego de pasar una semana acá, nosotros también. Últimamente, como da fe mi recetario, la simplicidad no ha sido mi religión.  La nueva latitud me ha pegado y, de pronto, lo que ayer era primordial,  hoy se siente exagerado y hasta ridículo; todo. 






Foto: Melissa Mahoney
Foto: Melissa Mahoney

Caminando por la playa, encontramos un grupo de personas, están instaladas sobre el arrecife, la marea está muy baja, ni se mojan los pies. Nuestra primera impresión es que están trabajando. Pescadoras? marisqueras?. Venciendo la timidez y la barrera lingüística, nos acercamos a enterarnos de qué se trata. Tienen dispuesta una estación: una mesa, sobre ella descansan dos recipientes con agua, limones cortados por la mitad y algunos trapos. Son unas arañas de mar oscuras, las presas. La primera persona en la cadena les quita el caparazón y les da un chapuzón; la segunda los parte por la mitad y les da un segundo chapuzón; la tercera, ahí es que nos hemos acoplado nosotras; los apachurra bien para que salga la carnecita, les exprime unas gotitas de limón encima y se lo lleva a la boca. Tienen ya los dientes negros, deben llevar un buen rato ahí; y no las culpo, es delicioso. Cada bocado se siente como una zambullida en el mar, en este mar amarronado y tiburonado, en el que es sabio inclinarse por las zambullidas imaginarias.  Ni marisqueras ni pescadoras, había sido un picnic familiar al puro estilo Marquesiano.  Al despedirnos nos dan una bolsita ziploc con algunos bichos para el camino.


Llevamos una semana acá aclandos en Nuku Hiva, intentando reparar el generador del velero. Es importante porque en nuestro próximo destino, el archipiélago de Tuamotus, las lluvias son escasas y sin generador no podemos poner a funcionar el sistema de ósmosis inversa para obtener agua dulce. En está semana que vamos en la bahía ya conocemos a todo el pueblo, y todo el pueblo nos conoce, sabe que nuestro generador no funciona, que en un primer momento pensamos que era un capacitor, y que luego descartamos y ahora sospechamos que es mas bien el dial.  

Dato curioso, hemos probado los cangrejos ya de vuelta en Kaimana, horas luego del encuentro en el Picnic, y habían perdido su magia. Al parecer este manjar, lo es cuando se come in situ.


Poisson cru au lait coco


El poisson cru au lait de coco, es uno de los manjares de la polynesia francesa. Con sello marquesino, simple como todo por estos lares. Cortar pedazos de pescado blanco, en tiras o cuadraditos, salarlo, verter un poco leche de coco; agregar pepino o col, zanahoria, picados en el formato que más te guste, finalmente una raja de limón. No hace falta nada más. Eso sí, pescado fresco, limón bien verde y leche de coco fresca también. 

Tanto floro de cambio de latitud y que los diez monjes, pero la verdad que  no puedo con mi genio de cocinera: cambié un poco la receta. Sazoné las verduras cortadas en juliana con un poco de ciboullete, una gotitas de limón y un chorrito de aceite de coco, al pescado lo embadurne con un chorrito de aceite de coco, un poco de cáscara de limón y algo de togarashi. Pero debo decir que la receta original, es simple como dios manda. Los otros ingredientes ya son capricho mio, tuyo y de la casera del mercado. 



Foto: Melissa Mahoney, HI
400 gr pescado blanco
media taza de leche de coco espesa, fresca. 
un limón cortado en rajitas
col
pepino
zanahoria
tomate
una hoja de lechuga


Foto: Melissa Mahoney, HI


Como los machos, sin reacondicionador ni watermaker, hemos decidido partir hacia los atolones Tuamotu. Si los locales pueden vivir sin watermaker allá, nosotros también. Las condiciones de swell son perfectas para el atolón al que nos dirigimos: Faite. Nos acercamos a las escalofriantes paradisiacas olas  de esté viaje transoceánico! 

Esa travesía será más corta que la anterior, calculamos 5 días, navegando con el viento a favor.  Me hubiera gustado quedarme unos días más, aprender ha hacer esos chips de fruta pan de los que me hablaron mis amigas locales, ir a las cataras. Empiezo a sentir la melancolía de partir, que  ya me es tan familiar. Emociones confundidas bailan sobre el mar mientras zarpamos, ninguna logra imponerse, prefieren irse a bucear. Curiosidad por el próximo destino, ganas de correr olas, la certeza de estar dejando un lugar sin explorarlo, sin encontrarme con él lo suficiente. Pero donde manda capitán no manda marinero, y ni que decir cocinera. Será para otra oportunidad, siempre las hay.